jueves, 20 de diciembre de 2007

Los malagueños de Mauthausen


"Vosotros que entráis, dejad aquí,toda esperanza".
Desde el final de la Guerra Civil española, la gran mayoría de los exiliados republicanos y revolucionarios se refugiaron en Francia y fueron internados en campos de refugiados próximos a la frontera española. La mayor parte de ellos se alistó luego en las Compañías de Trabajadores Extranjeros, dirigidos por el mando militar francés, o participaron en las actividades clandestinas de la Resistencia gala, tras la ocupación alemana. Los que tuvieron la desgracia de ser capturados ejercitando algún tipo de actividad contra el ejército de ocupación fueron enviados a diversos campos de concentración, particularmente al centro austriaco de Mauthausen.

El infierno de Mauthausen

Pocas semanas después de producirse en 1938 la anexión de Austria por Alemania, se empezó a construir en el municipio austriaco de Mauthausen un campo de concentración destinado para los adversarios declarados del régimen nacional- socialista. La entrada del campo estaba coronada por una enorme águila hitleriana y sobre la gran puerta que accedía al recinto había colocado un frontal en el que se podía leer: "Vosotros que entráis, dejad aquí toda esperanza". Con el paso de los meses, se convirtió en uno de los centros con mayor mortandad del Reich alemán, al servirse, sobre todo, de los prisioneros para la realización de trabajos, en unas condiciones inhumanas, en la cantera que existe en el lugar.
De los 200.000 presos que entraron en el campo hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, más de la mitad de ellos murieron por la fatiga física derivada de los durísimos trabajos a que eran sometidos, la deficiente alimentación y las devastadoras epidemias causadas por las infrahumanas condiciones higiénicas del campo. En muchas ocasiones fueron torturados hasta la muerte, matados a tiros por los guardias de las SS o ahogados en las cámaras de gas de Mauthausen, en el campo dependiente de Gusen o en el Instituto de Eutanasia de Hartheim. Por este lugar pasaron más de 7.000 republicanos y revolucionarios españoles y sólo alrededor de 2.000 sobrevivieron a los años de cautiverio, convirtiéndose en el campo nazi que vio morir a más españoles en este período.
Mauthausen no fue un campo en el que se aplicase la "solución final" contra los judíos, como lo fueron Auschwitz, Sobibor o Treblinka, pero sí se puede catalogar como centro de exterminio por el uso de las cámaras de gas y los extenuantes trabajos forzados que sufrieron los prisioneros que llegaron a él. A ello se añade los numerosos casos de experimentación médica con humanos, que hizo que miles de personas fueran utilizadas como cobayas por parte de médicos alemanes para comprobar, por ejemplo, la eficacia de las inyecciones letales.
A partir del campo central de Mauthausen, se fue desarrollando gradualmente, y de manera reforzada en el año 1943, un complejo sistema de campos dependientes, a los cuales los prisioneros fueron distribuidos y forzados, principalmente, al trabajo en la industria del armamento.
Estos campos desarrollaron su actividad en dos fases. Una primera sería el exterminio puro y simple, que va desde su creación en 1939 hasta el año 1942. La segunda fase, hasta el 7 de mayo de 1945 en que quedó liberado el campo, se organizaba a base de trabajos de esclavo, debido a las necesidades crecientes de la guerra.

Los cerdos del capitán

La forma como los responsables del campo de Mauthausen lograron deshacerse de muchos de los allí confinados fue mediante la innecesaria construcción de un escalinata de 186 peldaños que la hacían subir cargados de enormes piedras procedentes de una cantera que estaba situada en el nivel más bajo del campo, con el fin de aumentar la penalidad y fatigas de su ascenso; las condiciones insalubres del campo, una insuficiente alimentación y la mala asistencia médica hacieron el resto.
Según dejaron escrito en su libro Los cerdos del capitán Eduardo Pons Prados y Mariano Constante (Editorial Argos/Vergara, 1978), "los judíos, nada más entrar en el campo, eran enviados a la llamada Sección Disciplinaria, que era la de los hombres encargados de subir las piedras durante toda la jornada, a un ritmo demoledor. Cada mañana, antes de empezar a acarrear piedras, los SS encargados de vigilarlos preguntaban si había algún voluntario para el suicidio, arrojándose escaleras abajo. A estas barbaridades, como es lógico, nadie respondía, pero después del primer viaje de piedras, volvían a repetir la pregunta. Entonces, algunos de ellos, desesperados, se lanzaban al vacío. Y así cada viaje".

Ciento cuarenta y dos malagueños

En el campo de Mauthausen, durante seis años fueron maltratadas, humilladas, escarnecidas y reducidas a peleles humanos por agotamiento físico criaturas de diferentes nacionalidades, y también de España... y muchos malagueños. Aunque se tenía constancia de que muchos paisanos nuestros habían sido internados en ese campo en concreto, hasta hace relativamente poco tiempo desconocíamos el número de los que no llegaron a salir con vida de él: 142 malagueños no lograron escapar de aquel infierno.
Ninguno de esos 142 pudo sobrevivir a aquel horrendo holocausto, pero quienes lograron salir con vida de aquel ignominioso cautiverio se unieron en la Internacional Amical Mauthausen, no sólo para dar a conocer al mundo los horrores de la etapa que vivieron, sino para rendir homenaje a los compañeros que fueron víctimas del sistema represor que los estuvo masacrando de manera tan impune.
Se sabía que muchos malagueños encontraron la muerte en este campo de concentración, pero se ignoraban sus nombres y lugar de nacimiento. Esta relación de 142 personas formaba parte del material literario y gráfico de la exposición que, con motivo de unas Jornadas sobre Racismo y Medios de Comunicación, se abrió en la Facultad de Ciencias de la Información de Málaga, desde el 28 de enero de 1997 hasta el 15 del siguiente mes.
Los malagueños que dejaron su existencia en el campo de Mauthausen eran oriundos de Málaga capital y de 44 pueblos de su provincia, así como de las barriadas de Churriana y Olías y pedanía de Gibralgalia.
De los 200.000 presos que entraron en el campo hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, más de la mitad de ellos murieron por la fatiga física derivada de los durísimos trabajos a que eran sometidos, la deficiente alimentación y las devastadoras epidemias causadas por las infrahumanas condiciones higiénicas del campo. El afán de los dominadores era reducir a los deportados, por una doble acción física y moral, a la condición de bestias antes de hacerlos morir.

Absurdo universo

En los campos de exterminio, no existía ninguna posibilidad de redención, perdón, piedad ni ley. El afán de los dominadores era reducir a los deportados, por una doble acción física y moral, a la condición de bestias antes de hacerlos morir. Y ello, por distintos procedimientos: la degradación física por agotamiento, la sed y el frío, en interminables esperas en las noches de invierno, desnudos en la nieve, para pasar una revista médica; por falta de descanso, por los golpes que les llovían por todas partes.
A todos estos posibles azares hay que unir la degradación moral que, al actuar sobre organismos debilitados, creaba un estado de angustia perpetua, una soledad de tensión en medio de elementos hostiles. En este universo espantoso, absurdo y perverso, sin norte preciso, sin seguridad, sin justicia, sin esperanza, en donde todo era posible.


Teresa Sánchez Sarria

GAS http://www.grupodeaccionsocial.net/

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