Se nos dice que quizá no nos guste lo que defiende el BNP, pero que debemos aceptar la legitimidad del partido porque ganó dos escaños en el Parlamento Europeo en las elecciones europeas del 1 de junio. Estos argumentos distan de ser nuevos. En el último siglo han habido numerosos debates sobre cómo detener el fascismo. En ocasiones éstos han girado en torno a las cuestiones de la democracia y la libertad de expresión.
Miles de antifascistas se alegraron viendo cómo Nick Griffin, líder del British National Party’s (BNP) hubo de alejarse a toda prisa de una abortada rueda de prensa por algunos huevos bien dirigidos la semana pasada. Algunos comentaristas, no obstante, rápidamente denunciaron estas protestas como contraproducentes o incluso como antidemocráticas. Simon Hughes, parlamentario liberal-demócrata, se quejó de que las protestas hicieron aparecer a Griffin como una víctima. Otros fueron más lejos: un presentador de BBC Radio Wales exigió que un representante de Unite Against Fascism (UAF) explicase si los organizadores de la protestas eran “antifascistas” o “antidemócratas.”
Se nos dice que quizá no nos guste lo que defiende el BNP, pero que debemos aceptar la legitimidad del partido porque ganó dos escaños en el Parlamento Europeo en las elecciones europeas del 1 de junio. Estos argumentos distan de ser nuevos. En el último siglo han habido numerosos debates sobre cómo detener el fascismo. En ocasiones éstos han girado en torno a las cuestiones de la democracia y la libertad de expresión.
Los antifascistas deben dejar claro desde un buen principio que el BNP no es un partido democrático. Es un partido fascista que busca utilizar el sistema democrático para poner un pie en la política con el fin de destruir la democracia, como hicieron los nazis en Alemania en la década de los treinta. No hay nada democrático en el programa político del BNP. Su constitución deja bien claro que es un partido racista.
Griffin, que fue elegido miembro del Parlamento Europeo por el noroeste de Inglaterra, está acusado de negación del Holocausto. Andrew Brons, que fue elegido miembro del parlamento europeo por Yorkshire & the Humber, tiene un largo historial de participación en partidos neonazis en el Reino Unido. Ha encabezado protestas en que se reclamaba la expulsión forzada de negros y asiáticos.
Pero el fascismo es algo más que racismo y otros prejuicios. Es una ideología política que trata de organizarse para destruir la democracia y la resistencia obrera.
Así, cuando Adolf Hitler llegó al poder en Alemania en 1933, los nazis prohibieron cualquier vestigio de democracia o autoorganización. Incluso se prohibieron los boy scouts. Los fascistas emplean siempre una mezcla de medios constitucionales y matonismo callejero para llegar al poder. Cuando el fascista italiano Benito Mussolini llegó al poder en 1922 lo hizo a través de una combinación de grupos armados organizados que aterrorizaron al movimiento obrero en las calles mientras se presentaban como un partido legítimo en las elecciones.
Los partidos mayoritarios en Italia denunciaron a Mussolini, pero insistieron en que a los fascistas debería reconocérsele derechos constitucionales. Cuando se le permitió a Mussolini tomar el poder, rápidamente suspendió estos derechos, abolió la libertad de prensa y reprimió brutalmente cualquier crítica a su régimen.
De un modo similar, Hitler llegó al poder mediante una mezcla de elecciones y matonismo callejero. De nuevo la mayoría de políticos de casi todas las corrientes denunciaron a Hitler, pero creyeron que podía lucharse contra él con medios constitucionales. Una vez llegó al poder, Hitler envió a muchos de estos políticos a los campos de concentración.
A pesar de ser un admirador del Mein Kampf de Hitler, Griffin ha intentado ocultar su programa político fascista. Ha intentado remodelar el BNP siguiendo el patrón del fascista Frente Nacional de Jean Marie Le Pen. Como Le Pen, Griffin ha intentado mantener un núcleo nazi en el corazón de su organización, pero también ha intentado ganarse una base electoral más amplia adoptando una apariencia de respetabilidad. Por esa razón las elecciones son tan importantes para el BNP: Griffin espera utilitzarlas para poner un pie en la política de masas.
Pero el objetivo real del BNP es claro. Griffin lo evidenció cuando le dijo a sus partidarios en 1996 que el BNP necesitaba ser visto como una “organización fuerte y disciplinada con la habilidad de defender su eslógan, ’Defiende el derecho de los blancos’, con puños y botas bien dirigidos.” También dejó claro que “cuando llega el momento, el poder es el resultado de la fuerza y la voluntad, no del debate racional.” Añadió que es “más importante controlar las calles de una ciudad que su consejo consistorial.”
Griffin es consciente de que hay una repulsa generalizada hacia el fascismo en toda Europa. Por eso el BNP trata de ocultar la realidad de su programa político fascista. Pero no debería llamarse uno a engaño con ello. La semana pasada se reveló que el supremacista estadounidense que abatió a un guardia del museo del Holocausto en Washington había asistido a reuniones en los EE.UU. para recaudar fondos para el BNP.
Esto debería recordanos qué tipo de gente atrae su política. Y justamente con éste se celebran diez años desde que el ex miembro del BNP David Copeland asesinó a tres personas e hirió a 127 más con tres ataques con bomba y metralla compuesta por clavos en Londres, con los que esperaba hacer estallar una “guerra racial.”
La historia demuestra que no se debe permitir a los fascistas presentarse como parte del proceso político ordinario. Las organizaciones neonazis quieren emplear cualquier plataforma que se les proporcione para organizar y agrupar a la gente en torno a su política del odio.
Debemos colgarle decididamente al BNP la etiqueta de fascista y negarle la respetabilidad que sus líderes buscan tan trabajosamente. No hay ninguna razón para que la izquierda tenga que mostrarse a la defensiva en el debate sobre la democracia. Los socialistas son profundamente democráticos. A diferencia de la mayoría de políticos, creen que la gente común tiene la capacidad de dirigir sus propias vidas y hacerlo mucho mejor que los políticos profesionales actualmente en el cargo. Los socialistas tienen un largo historial de lucha por los derechos civiles y las libertades. El socialismo significa extender la democracia para que la gente común pueda tomar decisiones sobre cómo organizar el mundo y emplear sus recursos.
Defender y extender la democracia significa confrontarse de manera efectiva a quienes, como el BNP, quieren aplastarla. Ello pasa por aislar y denunciar al BNP. Por esa razón debemos hacer una campaña en los medios de comunicación y los partidos políticos para que el BNP no tenga una plataforma para sus ideas. Los medios de comunicación no deberían conferir un aura de respetabilidad a estos matones fascistas.
El BNP miente sobre su política: no debería combatírsele en el debate. Tampoco la educación es, por ella misma, la única solución. Hemos de enfrentarnos al fascismo. Los movimientos de masas contra el fascismo en el Reino Unido se remontan a la lucha contra los camisas negras de Oswald Mosley en la década de los treinta. En los setenta movilizaciones masivas de negros y blancos se enfrentaron al National Front, el precedente histórico del BNP, y le hicieron retroceder.
El BNP intentará usar esta brecha abierta en las eleccions europeas para ganarse un lugar en la política británica. La mayoría antifascista debe asegurarse de que eso no ocurra jamás.
Traducción de Àngel Ferrero:Miles de antifascistas se alegraron viendo cómo Nick Griffin, líder del British National Party’s (BNP) hubo de alejarse a toda prisa de una abortada rueda de prensa por algunos huevos bien dirigidos la semana pasada. Algunos comentaristas, no obstante, rápidamente denunciaron estas protestas como contraproducentes o incluso como antidemocráticas. Simon Hughes, parlamentario liberal-demócrata, se quejó de que las protestas hicieron aparecer a Griffin como una víctima. Otros fueron más lejos: un presentador de BBC Radio Wales exigió que un representante de Unite Against Fascism (UAF) explicase si los organizadores de la protestas eran “antifascistas” o “antidemócratas.”
Se nos dice que quizá no nos guste lo que defiende el BNP, pero que debemos aceptar la legitimidad del partido porque ganó dos escaños en el Parlamento Europeo en las elecciones europeas del 1 de junio. Estos argumentos distan de ser nuevos. En el último siglo han habido numerosos debates sobre cómo detener el fascismo. En ocasiones éstos han girado en torno a las cuestiones de la democracia y la libertad de expresión.
Los antifascistas deben dejar claro desde un buen principio que el BNP no es un partido democrático. Es un partido fascista que busca utilizar el sistema democrático para poner un pie en la política con el fin de destruir la democracia, como hicieron los nazis en Alemania en la década de los treinta. No hay nada democrático en el programa político del BNP. Su constitución deja bien claro que es un partido racista.
Griffin, que fue elegido miembro del Parlamento Europeo por el noroeste de Inglaterra, está acusado de negación del Holocausto. Andrew Brons, que fue elegido miembro del parlamento europeo por Yorkshire & the Humber, tiene un largo historial de participación en partidos neonazis en el Reino Unido. Ha encabezado protestas en que se reclamaba la expulsión forzada de negros y asiáticos.
Pero el fascismo es algo más que racismo y otros prejuicios. Es una ideología política que trata de organizarse para destruir la democracia y la resistencia obrera.
Así, cuando Adolf Hitler llegó al poder en Alemania en 1933, los nazis prohibieron cualquier vestigio de democracia o autoorganización. Incluso se prohibieron los boy scouts. Los fascistas emplean siempre una mezcla de medios constitucionales y matonismo callejero para llegar al poder. Cuando el fascista italiano Benito Mussolini llegó al poder en 1922 lo hizo a través de una combinación de grupos armados organizados que aterrorizaron al movimiento obrero en las calles mientras se presentaban como un partido legítimo en las elecciones.
Los partidos mayoritarios en Italia denunciaron a Mussolini, pero insistieron en que a los fascistas debería reconocérsele derechos constitucionales. Cuando se le permitió a Mussolini tomar el poder, rápidamente suspendió estos derechos, abolió la libertad de prensa y reprimió brutalmente cualquier crítica a su régimen.
De un modo similar, Hitler llegó al poder mediante una mezcla de elecciones y matonismo callejero. De nuevo la mayoría de políticos de casi todas las corrientes denunciaron a Hitler, pero creyeron que podía lucharse contra él con medios constitucionales. Una vez llegó al poder, Hitler envió a muchos de estos políticos a los campos de concentración.
A pesar de ser un admirador del Mein Kampf de Hitler, Griffin ha intentado ocultar su programa político fascista. Ha intentado remodelar el BNP siguiendo el patrón del fascista Frente Nacional de Jean Marie Le Pen. Como Le Pen, Griffin ha intentado mantener un núcleo nazi en el corazón de su organización, pero también ha intentado ganarse una base electoral más amplia adoptando una apariencia de respetabilidad. Por esa razón las elecciones son tan importantes para el BNP: Griffin espera utilitzarlas para poner un pie en la política de masas.
Pero el objetivo real del BNP es claro. Griffin lo evidenció cuando le dijo a sus partidarios en 1996 que el BNP necesitaba ser visto como una “organización fuerte y disciplinada con la habilidad de defender su eslógan, ’Defiende el derecho de los blancos’, con puños y botas bien dirigidos.” También dejó claro que “cuando llega el momento, el poder es el resultado de la fuerza y la voluntad, no del debate racional.” Añadió que es “más importante controlar las calles de una ciudad que su consejo consistorial.”
Griffin es consciente de que hay una repulsa generalizada hacia el fascismo en toda Europa. Por eso el BNP trata de ocultar la realidad de su programa político fascista. Pero no debería llamarse uno a engaño con ello. La semana pasada se reveló que el supremacista estadounidense que abatió a un guardia del museo del Holocausto en Washington había asistido a reuniones en los EE.UU. para recaudar fondos para el BNP.
Esto debería recordanos qué tipo de gente atrae su política. Y justamente con éste se celebran diez años desde que el ex miembro del BNP David Copeland asesinó a tres personas e hirió a 127 más con tres ataques con bomba y metralla compuesta por clavos en Londres, con los que esperaba hacer estallar una “guerra racial.”
La historia demuestra que no se debe permitir a los fascistas presentarse como parte del proceso político ordinario. Las organizaciones neonazis quieren emplear cualquier plataforma que se les proporcione para organizar y agrupar a la gente en torno a su política del odio.
Debemos colgarle decididamente al BNP la etiqueta de fascista y negarle la respetabilidad que sus líderes buscan tan trabajosamente. No hay ninguna razón para que la izquierda tenga que mostrarse a la defensiva en el debate sobre la democracia. Los socialistas son profundamente democráticos. A diferencia de la mayoría de políticos, creen que la gente común tiene la capacidad de dirigir sus propias vidas y hacerlo mucho mejor que los políticos profesionales actualmente en el cargo. Los socialistas tienen un largo historial de lucha por los derechos civiles y las libertades. El socialismo significa extender la democracia para que la gente común pueda tomar decisiones sobre cómo organizar el mundo y emplear sus recursos.
Defender y extender la democracia significa confrontarse de manera efectiva a quienes, como el BNP, quieren aplastarla. Ello pasa por aislar y denunciar al BNP. Por esa razón debemos hacer una campaña en los medios de comunicación y los partidos políticos para que el BNP no tenga una plataforma para sus ideas. Los medios de comunicación no deberían conferir un aura de respetabilidad a estos matones fascistas.
El BNP miente sobre su política: no debería combatírsele en el debate. Tampoco la educación es, por ella misma, la única solución. Hemos de enfrentarnos al fascismo. Los movimientos de masas contra el fascismo en el Reino Unido se remontan a la lucha contra los camisas negras de Oswald Mosley en la década de los treinta. En los setenta movilizaciones masivas de negros y blancos se enfrentaron al National Front, el precedente histórico del BNP, y le hicieron retroceder.
El BNP intentará usar esta brecha abierta en las eleccions europeas para ganarse un lugar en la política británica. La mayoría antifascista debe asegurarse de que eso no ocurra jamás.
Fuente en castellano: Rebelión
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